Sin título
Pasaron los años. La vida continuó como si nada hubiese pasado, aunque yo sabía que algo dentro de mí se había detenido. El duelo por Jorge fue silencioso, largo, y distinto a todos los duelos que había tenido antes. No lloraba todos los días, pero cada vez que lo hacía, lo hacía como si fuera la última lágrima.
A veces, en medio del bullicio cotidiano, sentía que él me miraba desde algún rincón invisible. Desde el reflejo de mi vieja laptop, que seguía en mi mesa de trabajo —inservible, sí, pero tan viva como el recuerdo de su amor. Allí estaba su presencia: no en lo material, sino en lo que no se dijo, en lo que no se tocó. En lo que fue sin poder ser.
La primera vez que amé a Jorge fue tarde. Y la segunda vez que intenté amar a alguien más, fue un error.
Me ilusioné, sí. Me abrí. Pensé que quizás la vida todavía tenía un regalo para mí. Pero el hombre que llegó después era distinto. No porque no supiera querer, sino porque no sabía cuidar. No se trataba de intensidad, sino de presencia. No quería una pasión que arrasara, quería una ternura que permaneciera.
Pero no la hubo. Solo hubo engaño, manipulación, promesas recicladas.
Fue ahí cuando comprendí que la resistencia que tenía al amor no era miedo, sino memoria.
Después de aquel engaño, pasaron días, semanas, meses en los que volví a cerrar todas las puertas de mi corazón. Sentí vergüenza. Culpa. Una punzada de traición hacia Jorge, aunque él ya no estuviera.
Una noche, incapaz de dormir, encendí la laptop vieja. Obviamente no prendía. Solo la acaricié. Y entre los papeles de una carpeta antigua, encontré un sobre. Dentro había una hoja doblada. Era su letra.
No recordaba haberla guardado.
Mi reina,
Si estás leyendo esto, tal vez ya no estoy. No quiero que llores. No quiero que sientas que me fui sin darte todo. Te di a mi manera, en los silencios, en los cafés, en los poemas que nunca firmé.
Te amé como se ama lo que no se toca: con cuidado.
Si no pudimos estar, fue porque la vida, a veces, no sabe sumar los tiempos. Pero te juro que me alcanzó el amor con solo verte decir que me amabas. Con eso pude morir tranquilo.
No le temas a volver a amar.
Pero si no puedes, está bien. A veces, una gran historia basta para toda una vida.
Siempre tuyo,
J.
Leí esa carta muchas veces, como quien acaricia una herida sabiendo que duele, pero que al hacerlo también sana.
Entonces hice algo que no había hecho nunca.
Tomé mi mochila, la laptop, la carta, y viajé sola a Piura. No para buscar a nadie. No para encontrar respuestas. Solo para dejar una flor en la tumba de un hombre que me amó sin condiciones.
Y luego, un mes después, viajé al Huascarán. Caminé hasta donde el viento ya no tiene dueño. Me senté frente a la inmensidad. Saqué la carta, la leí en voz alta. Y escribí la mía.
Jorge,
Te amé cuando era tarde, pero te amé.
Y no hay segundo amor que pueda borrar el primero que fue puro.
A veces me pregunto por qué no llegué a tiempo.
O por qué tú te fuiste tan pronto.
Pero ya no busco respuestas.
Solo quiero agradecerte por enseñarme que el amor también puede ser digno aunque no sea correspondido.
Te honro.
Con cada logro, con cada clase, con cada palabra que escribo.
Vives en lo que no se nota, pero se siente.
En cada gélida mañana de Huaraz, sigues ahí.
En mi frente, aún siento tu beso.
M.
Ese fue mi cierre.
O tal vez mi comienzo.
Porque desde entonces, no volví a buscar el amor. Pero comencé a amarme con más compasión, con más ternura, con más verdad.
Y cuando alguien me pregunta por Jorge, solo digo:
Fue un poema que la vida me escribió… y no necesitó final feliz para ser eterno.
Comentarios
Publicar un comentario