Carta: "Perdóname porque nunca jamás te desprendiste de mi sentir, Mar"
Juan:
Perdóname, sí.
Pero no por lo que tú insinúas en ese título que me lanzaste como un anzuelo más.
Perdóname por haber creído, por haber confiado, por haber tejido futuro con las manos abiertas mientras tú las tenías ocupadas en otras pieles.
Perdóname por haber esperado un amor limpio donde solo había necesidad, manipulación y mentira.
Dices que nunca jamás te desprendiste de mi sentir…
Y yo me pregunto:
¿Dónde estaba ese sentir cuando le dabas dinero a otra mujer?
¿Dónde estaba cuando le pedías fotos mientras yo escribía cartas sinceras, creía en tus palabras y me entregaba entera?
No, Juan.
Eso no es amor que no se desprende.
Eso es ego que no tolera perder su control.
Eso es apego disfrazado de poesía barata.
Eso es cobardía queriendo volver, pero sin sanar ni asumir.
Yo sí me he desprendido de ti.
Y no fue fácil. Me costó la piel, los sueños, el silencio.
Me costó entender que no soy el reflejo de tu culpa ni el premio de tu arrepentimiento.
Yo ya no te escribo para volver.
Te escribo para cerrar.
Para decirte que mi dignidad no necesita tu perdón.
Que mi sentir ya no te pertenece.
Y que mi historia empieza donde termina tu dominio sobre mí.
Así que sí.
Puedes guardar esta carta como tu "última".
La mía, en cambio, es la primera de muchas que escribiré desde la libertad.
Respuesta al eco de su infierno
Después de enviarle mi carta, él respondió con versos que no eran suyos, sino prestados del infierno de Dante: "Gracias, muchas gracias mi vida. Mi alma irá por los caminos de los círculos más perniciosos que imaginó el poeta Dante. Por ahí nos encontraremos quizá".
Dijo que su alma iría por los círculos más perniciosos que imaginó el poeta Dante.
Y que tal vez, por ahí, nos encontraríamos.
Como si el dolor fuera una casa compartida.
Como si yo todavía viviera entre sus llamas.
Pero no, Juan.
Yo ya no habito los círculos del castigo.
Ya caminé por todos: la traición, la humillación, la rabia, el vacío.
Morí un poco en cada uno. Y sin embargo, algo en mí sobrevivió.
Fue ahí, en lo más profundo, donde entendí que el infierno no era un lugar.
Eras tú.
Y yo no me quedé allí.
Me levanté de mis propias cenizas, sin tu permiso.
Apagué el incendio que dejaste, con lágrimas, sí, pero también con coraje.
Hoy camino en espiral hacia arriba.
Hacia la ternura. Hacia la luz. Hacia mí.
Así que no, no te espero en el infierno.
No me verás en ningún círculo.
No me busques entre condenados.
No confundas mi silencio con ausencia,
porque mi ausencia es elección. Es grito. Es renacer.
Y si alguna vez volvemos a cruzarnos,
será solo porque ya no duele.
Y porque mi alma, por fin, aprendió a no volver a arder por ti.
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