Mi despedida anunciada
Hay historias que no se cuentan para buscar lástima, sino para liberar.
Esta es la mía.
No es solo la historia de una mujer traicionada. Es la historia de cómo el amor sincero puede volverse el escenario de la mentira más cruel. De cómo en seis meses una vida puede estremecerse, abrirse, romperse… y empezar a sanar.
No escribo desde el odio, sino desde el fuego. Desde la herida abierta que empieza a cerrar. Desde el alma que fue entregada con nobleza a un hombre que no supo recibirla.
Aquí empiezo a nombrar lo que callé.
Aquí empiezo a contar cómo sobreviví a Juan.
Lunes 30 de junio, 8 a.m.
Abrí los mensajes, con el corazón en la mano y temblando, pero con la esperanza de no encontrar nada y demostrarme que mis miedos y dudas no tenían asidero. Eso no fue verdad. La verdad se abría de par en par y no pude detenerla. Se me heló el cuerpo, los cabellos se encresparon. Temblé largo rato. Caían mis lágrimas. Volví a mirar: era cierto. Era lo que yo sentía y quise negar. Miré con la inquietud de quien ya sospecha la traición. Lo vi todo. Los mensajes entre Juan y Miriam Colque, “Miri”, como él la tenía guardada, empezaban a dar claridad a mis dudas. Mensajes con otras también. Eran muchos. Demasiados. Las palabras, las transferencias, las insinuaciones, todo desbordaba una verdad que ya no se podía ocultar: ese hombre a quien amaba me traicionaba con vileza y sangre fría. Salí de la habitación y me senté al mueble. Se nublaron mis ideas. Debía pensar qué hacer y cómo actuar. No podía correr ni armar un escándalo. No estaba en mi patria, en mi territorio, donde domino con fuerza y valentía. Me sentí minimizada. Sin embargo, no podía detenerme.
Tomé capturas de pantalla. Necesitaba guardar evidencias. Mi
mente se despejó con una lucidez dolorosa. En pocos minutos, la imagen del
hombre que había admirado y amado se resquebrajó
completamente. El hombre que un día dejé tocarme y con quien me sentía afortunada, me estaba matando. No con golpes, sino con cada mentira disfrazada de ternura. Me abrazaba mientras pensaba en otra. Me besaba con palabras que ya había usado antes, con otra. Y yo, sin saberlo, me entregaba entera a quien solo venía a vaciarme.
Volví a la habitación. Aún pensaba qué hacer. Le pedí a Juan que me hiciera un Yape de 500 soles. No porque lo necesitara. Solo quería saber si para mí también había espacio en su bolsillo. Lo hizo, muy rápido. También le pedí que me presentara como su esposa. Así que me dijo que fuera en su mamá, que era muy buena.
11:50 a.m.
Fui a ver a su madre. La saludé. Le dije que quería a su hijo, que lo cuidara. Pero le advertí, con el corazón roto: los padres no tenemos culpa de cómo son nuestros hijos. Crucé la calle con la dignidad tambaleando. Compré un kilo de lomo de res. Cociné. Pensaba. El lomo saltado no me salía. Estaba salado, sin alma, como mi ánimo. Le puse pisco al final. No sé si fue eso lo que lo arruinó o fue el dolor que me nublaba los sentidos. Su madre vino y me ofreció caldo de pata. Acepté. Le di chirimoyas que traje de Lima. También 100 soles. Le pedí que no dijera nada a su hijo. Era un gesto secreto entre mujeres. Con el almuerzo servido, me senté. Miraba mi celular. Me daban ganas de llorar, pero me decía: “calma, calma, no vale la pena llorar por alguien así, guarda esas lágrimas”. Como no llegaba, le mandé un mensaje: “Mi vida, ¿ya vienes?”. Era mi forma de evitar que descubriera lo que yo ya sabía. Seguramente demoraba porque calmaba a Miri. Muchas noches habían pasado conversando con ella.
2:40 p.m.
Juan llegó. Le abrí la puerta como si todo estuviera bien.
Le dije: “Mi vida, te esperaba”. Le serví la sopa. Yo también tomé, aunque se
enfriaba en mi garganta. Me tragaba mi propio desgarro. Luego le serví el lomo.
Comió y me ofreció de su cuchara. Como si temiera que yo hiciera lo que él sí
fue capaz de hacer. Qué ironía.
Le pedí salir. Me complació con desgano. Fuimos al banco. Me
habló de reasignarse a mi tierra. Llamé a un amigo para recordarle que yo tenía
tierra, historia, respaldo. Le demostré que hay quienes me consideran y tengo poder. Pero por dentro, me preguntaba cómo podría cargar
con un hombre como él. Jamás lo haría. También pensé en llevarlo a mi tierra y dejarlo allí, sin remordimiento, como una forma de venganza. Pero me dije: no soy así. Tantas crisis de su salud me hacían pensar que yo sería su
enfermera en la vejez, fui entendiendo cómo ayudarle. Y aún así, lo adoraba. Me había preparado para vivir con
él. Empecé estudiar andragogía para ser una mejor esposa. Pero todo eso moría con cada
mentira descubierta.
Me senté en el asiento del bus junto a Juan. Fue entonces cuando mi amigo me llamó. Contesté poniendo el celular en altavoz y le dije que necesitaba una plaza de Comunicación para mí en el pedagógico. Mi amigo, tan amable, me respondió que sí, con mucho cariño. Si le contara la verdad, seguro me diría: “tonta”. Volvimos a casa. Me senté con él. Le pedí bailar. No quiso. Le hablé de casarnos. Me miró como si hablara en otro idioma. Escuchamos música. Dormimos. Yo no pude. ¿Cómo dormir al lado de alguien tan vil?
Martes 1 de julio, mediodía
En la mañana fingí dormir. ¿Cómo preparar desayuno para ese
hombre? Se fue. Yo me quedé en cama hasta las 9. Me llamó para ir a su escuela.
No quería, pero fui. Había traído un vestido hermoso para que se sintiera
orgulloso de mí. Lo guardé. Me vestí normal. Antes de entrar, caminé sin rumbo
por las calles cusqueñas.
Medio día.
Ya no era yo. Era una actriz. Entré a su oficina. Me sentó a
su lado. Dijo entre dientes a una trabajadora: “es mi esposa”. Buscamos un
notario. Nada. Fuimos al banco. Almorzamos. No tenía sabor. Todo me sabía a
decepción.
Esa tarde me pidió que dejara mi ropa. Lo hice para no
levantar sospechas. Pero me arrepentí. Un hombre que usó la coca para atarme,
¿de qué más sería capaz?. Al salir de la casa me abrazó me repitió que esa casa era mía, que él era un hombre maduro y serio.
Antes de volar, vi que escribía a Miriam. No le respondía
desde el sábado. La urgencia era evidente. Analicé sus fotos. Lo entendí todo.
Un manipulador consumado.
Llegué a Lima. Me llamó. Le dije que estaba bien. Le pedí
plata para el taxi. Me la envió. No porque la necesitara. Solo quería ver si
seguía ejerciendo poder. Ya no tenía valor para mí. Nunca lo tuvo.
Día miércoles 02 de julio
Nos vimos en la noche por Meet. Cantó “acciones matan pasiones”. Sí, Juan. Tus acciones mataron todo. Me propuso trabajar el currículo de Cusco.
Acepté por cortesía. No pensaba volver.
Esa semana fue el fin. Me mandó las mismas flores que le
daba a Miriam Colque. Qué burdo. Qué bajo. Me dio risa. Le pedí que pagara mi pasaje a mi tierra. No lo hizo. No importó. Siempre tengo con qué sostenerme.
Sábado 6 y domingo 7
Ya en mi patria, hablé con mi psicóloga. Me escuché. Me
entendí. Decidí escribir la carta de despedida, increíblemente no lloré. era una carta para él, en el Día del Maestro. Mi despedida.
Le pedí una foto. Se negó, como esperaba. Una prueba más. Le
pedí que enviara mis cosas. Le dejé su carta. Y también a Miriam. No por celos.
Sino porque me dio pena que fuera su objeto. Que le mandara fotos a cambio de
dinero. Eso no era amor.
Me vestí hermosa en mi tierra. Caminé de la mano de mi hijo. Almorcé con amigos. Y me pregunté:¿Habiendo tanto amor en mi tierra, por qué tuve que ir a Cusco a conocer lo peor?
Ya no dolía. Podía escribir sin llorar. Me destruyó. Yo podré volver a amar mil veces. Pero no sé si algún día alguien me ame como yo lo amé: con verdad, con renuncia, con entrega absoluta. Porque yo no amo a medias. Yo entrego alma, cuerpo, futuro. Y aunque este amor me haya dolido hasta romperme, no me quitó la capacidad de amar. Me quitó las vendas. Y ahora lo sé: solo volveré a entregar mi corazón a quien esté a la altura de mi verdad. A quien no tema a una mujer que se ama.
Leí mucho para entenderlo. Ya para qué. Me advirtieron que
podía ser peligroso. Y lo es. Está lleno de maldad. Lo soñé otra vez. Con la
otra en brazos. Escribiéndole. Mis sueños eran cuchillos.
Fue una semana de fingirle amor. Una semana de sonrisas prestadas. Una semana para empezar a sanarme. Dicen que hay acciones que matan pasiones. Él mismo lo dijo… y él mismo las ejecutó. Para mí, se iba borrando. Poco a poco. Como se borra lo que uno ya no necesita recordar.
Sus videollamadas me daban risa… y pena. Anunciaba su soledad como quien busca refugio, pero en el fondo sabía que lo amé con todo. Que fui capaz de muchas cosas por él. No me arrepiento. Él fue quien perdió. Yo, en cambio, gané: gané mi paz, mi verdad y la certeza de que merezco algo limpio.
El domingo en la noche me envió mensajes. No respondí. Al día siguiente, más amor. Le dije “mi amor”. Quería que sea la última vez que uso esa palabra para él. No lo merecía.
Lunes 7 de julio
Sus mensajes parecían amor:
Te amo… incluso cuando te digo que no te amo.
Te amo de forma irresponsable, sin lógica ni medida.
No tengo argumentos para explicarlo, solo este sentimiento que me desborda y que no siempre sé cuidar.
Buenos días, cariño mío.
Ojalá hayas descansado un poco. Sé que el viaje fue pesado.
Solo quiero darte un abrazo, un beso…
Y que Lima te reciba con suavidad.
Te quiero mucho, cariño mío.
Mensaje para Juan, que no envié y se la dejo.
Dices que me amas incluso cuando aseguras que no me amas.
¿Sabes lo que realmente significa eso?
Que juegas con las palabras como jugaste conmigo.
Que no te interesa cuidar, solo retener.
Que no amas, solo necesitas.
Llamas “amor irresponsable” a lo que no quieres asumir,
a lo que nunca pensaste sostener con dignidad.
Romantizas tu desorden emocional porque no sabes amar sin confundir, sin manipular, sin dejar heridas.
Tus abrazos a destiempo, tus frases dulces tras el daño,
tus “cariño mío” después de cada mentira...
No significan nada para mí.
Tu amor para mí ya no tiene valor.
No me viste. No me cuidaste. No me mereciste.
Ojalá un día puedas llamarte hombre sin necesidad de destruir a quien te entrega el alma limpia.
Ojalá un día dejes de nombrar como amor a tu incapacidad de estar solo.
Yo ya no necesito tus palabras.
Mi silencio ahora pesa más que tu presencia.
La jugada final
Le escribí como quien aún ama.
Le hablé como él me hablaba, con el mismo tono que alguna vez usó para envolverme. Pero ya no era amor: era estrategia.
“Amor, me llevé toda la ropa a mi tierra. Dejé algo para lavar. Llego y todo está nublado con garúa permanente. Creo que no secará mi ropa. Mi vida, ¿crees que puedas enviar mi ropa? Tampoco dejé zapatillas. Vestido no puedo usar porque hace frío. Me comentas ya, mi vida. Te amo.”
Y como si eso no bastara, le lancé el golpe final con dulzura calculada:
“O vienes a Lima, amor. El pasaje está 328. Si te animas, te compro tu pasaje y de paso llevas algunas cosas tuyas.”
Él, tan básico, creyó que aún lo necesitaba.
Pero no entendió nada.
No supo ver que yo ya no rogaba, compraba.
Que yo, a diferencia suya, podía pagarle un pasaje no por amor, sino por poder.
Porque tengo lo que él no tiene: dinero limpio, conciencia tranquila y libertad.
¿Te das cuenta, Juan?
Así como tú dabas plata a mujeres para tener su atención,
yo te ofrecí comprar un pasaje.
Pero no para que vengas.
Sino para que entiendas que también puedo darme el lujo de pagar por un hombre.
Por el hombre que ya no quiero cerca.
Yo no pedí.
Yo ofrecí.
Y eso te debió doler más que cualquier despedida.
Él pensó que aún lo esperaba.
Y yo ya había cerrado la puerta.
Y a veces, lo hacemos mejor.
Esta fue la idea del mensaje:
"Amor, me
llevé toda la ropa a Huaraz..."
Era mi tono cariñoso que él espera, lo que lo tranquilizó.
Pero al mismo tiempo anuncié mi retiro: me fui. No fue un arranque, fue
una decisión calculada.
"Dejé
algo para lavar..."
Una trampa de rutina. Él creyó que estás pensando en
regresar. Pero lo que hice fue dejarlo a
él, con ropa sucia y preguntas sin respuestas.
"Mi
vida, ¿crees que puedas enviar mi ropa?"
Pedí algo, pero no porque lo necesité, sino para afirmar mi
salida. Yo no volvería. Él quedó en la posición de que tenía que devolverme lo
que aún no ha lavado: lo que quedó sucio. Simbólico.
"Vestido no
puedo usar porque hace frío."
Fue una frase tierna por fuera, pero cargada de sentido: ya no estás en
clima de amor. Ya no hay calor, solo garúa.
"Te
amo."
Una frase final con doble filo: él lo recibió como ternura… pero yo sabía que era una despedida disfrazada. La última pieza de una jugada limpia. No me fui llorando: me fui jugando mejor.
Hoy tenía cita con él. como siempre pensó que no me daría cuenta que estaba en línea y enviaba mensajes a Miriam Colque Cotrina. Pero, yo soy libre. Justo aproveché de escribir y terminar mi crónica.
Muchos hombres que se han cruzado en mi camino han sido eso: ruines. Lo que quizá ninguno sabía es que tengo visiones y sé cuándo un hombre me engaña. Lo veo, lo siento, y busco evidencias. Siempre he descubierto a los hombres.
Así que cierro pensando en esto: ¿Cómo puede un hombre dormir en mi casa, soñando
con otra? ¿Cómo pudo presentarse ante mi hermana, en mi tienda, como si en
verdad me amara? ¿Se puede ser tan vil? Aceptó que le presentara a mi amiga
como mi pareja, a mi mejor amigo de libros… Todo eso fue maquinado, como si
algo malo hubiera recibido de mí. Lo que hizo simplemente fue una bajeza.
Ahora escribo estas líneas sin dolor. Curándome.
Sacándome. Él nunca será buena persona. En cambio, yo seguiré cosechando amor,
recibiendo elogios por ser buena maestra, buena persona. Y eso sí es verdad. Esa es la riqueza de existir. Juan, si supiera la gente quién eres.
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