Entradas

“Te amé cuando era tarde”

Imagen
  Capítulo I – La puerta entreabierta N adie me enseñó que el amor podía comenzar con una discusión. Y sin embargo, así fue. Era el año 2011. Huaraz amanecía con esa mezcla de neblina y promesas, y yo acababa de ingresar al bachillerato con la cabeza llena de sueños y la espalda cargada de miedos. No era una jovencita ingenua, pero tampoco sabía lo que era dejar que alguien entrara más allá de lo necesario. En esos días, todo era con desconfianza, incluso la amabilidad. Fue entonces que conocí a Jorge. Él venía de Piura. Profesor principal. Impecable en su vestir, con una voz segura y una forma de mirar que parecía leer más de lo que uno decía. Desde la primera clase, discutimos. No por rebeldía, sino porque algo en mí no podía simplemente asentir. Me gustaba pensar por mí misma, y él... él parecía disfrutar de esa resistencia. —Usted no puede generalizar así —le dije una vez, alzando la voz mientras toda el aula contenía el aliento. Él me observó con una calma desconcer...

Sin título

 Pasaron los años. La vida continuó como si nada hubiese pasado, aunque yo sabía que algo dentro de mí se había detenido. El duelo por Jorge fue silencioso, largo, y distinto a todos los duelos que había tenido antes. No lloraba todos los días, pero cada vez que lo hacía, lo hacía como si fuera la última lágrima. A veces, en medio del bullicio cotidiano, sentía que él me miraba desde algún rincón invisible. Desde el reflejo de mi vieja laptop, que seguía en mi mesa de trabajo —inservible, sí, pero tan viva como el recuerdo de su amor. Allí estaba su presencia: no en lo material, sino en lo que no se dijo, en lo que no se tocó. En lo que fue sin poder ser. La primera vez que amé a Jorge fue tarde. Y la segunda vez que intenté amar a alguien más, fue un error. Me ilusioné, sí. Me abrí. Pensé que quizás la vida todavía tenía un regalo para mí. Pero el hombre que llegó después era distinto. No porque no supiera querer, sino porque no sabía cuidar . No se trataba de intensidad, sino ...

Título: “Te amé cuando era tarde”

  Corría el año 2011. Recién había comenzado mis estudios de bachillerato, con esa mezcla de entusiasmo y vulnerabilidad que suele acompañar los inicios. Fue entonces cuando conocí a Jorge, mi profesor principal, un hombre que venía de Piura con cierto aire de seguridad y prestigio académico. Al principio discutíamos en clase. Yo cuestionaba, él replicaba. Hasta que un día, en medio de uno de esos debates acalorados, me miró de una forma distinta. Esa tarde, sin preámbulos, me confesó que me amaba con intensidad. Su voz tenía seguridad, su madurez para expresar lo que parecía habitaba su ser.  Me quedé en silencio. Lo miré a los ojos y le dije que no. No podía ser. Él era mi profesor. Los límites eran claros (o al menos eso intentaba convencerme). Además, no quería que mis compañeros pensaran que mi rendimiento dependía de una cercanía indebida. Quería destacar por mérito propio, no por un favoritismo disfrazado de afecto. A pesar de mi negativa, Jorge se fue volviendo part...

Carta Sin Rencor

Para vivir en paz con uno mismo y los demás.  Juan: Desde que te conocí, viví enamorada de tu mente. De tu capacidad de análisis, de esa inteligencia tuya que desafiaba lo común. Los hombres morenos e inteligentes fueron siempre mi mayor pasión, y tú eras eso: agudo, distinto, apasionado por lo que piensas. Eso admiré. Eso me enamoró. Eras mi vida, mi razón, mi ser.  Hoy me voy de tu vida como mujer. No porque no haya amor, sino porque ya no puedo tolerar lo que hiciste. No lo juzgo. No lo condeno. Lo dejo ahí, como algo que fue, y que ya no puede seguir siendo. No pretendo que tú cargues con toda la culpa. Sería injusto. Quizá no pude llenar ese vacío que llevas dentro. Quizá fui demasiado, o demasiado poco. Quizá no te di seguridad. Quizá fallé en cosas que no supe ver. Y si es así, lo reconozco. No soy perfecta. Tú mismo lo dijiste alguna vez: “no podemos pelear por un puñado de vida.” Y tenías razón. Tenemos aún vida, y es muy corta para vivirla con rabia o rencor. No sé s...

“El precio del vacío”

   “El precio del vacío” Contexto: Después de que Juan la deja con una simple frase y Mar la arrasa con su dignidad, Miriam no regresa con Manuel. No porque él no la ame. Sino porque ella ya no ama a nadie, ni siquiera a sí misma. Cree que lo perdido puede reemplazarse con ropa, con lujo, con caricias sin alma. Cree que la dignidad se compra.   Escena (Habitación elegante. Cuadro caro. Un espejo grande. Miriam se maquilla. Lleva puesto un vestido rojo de seda. A su lado, billetes sobre la mesa. Se escucha una risa masculina desde el baño. Ella no sonríe.) Miriam (en voz baja, viéndose al espejo): —¿Esto es todo? ¿Este cuerpo? ¿Este silencio? ¿Esta cama que se enfría en cuanto se cierra la puerta? (Recoge el dinero. Lo guarda en su cartera. Se arregla el cabello. Cierra los ojos. Los abre otra vez. Se nota más vieja que ayer. Más vacía.)   Monólogo interno: “Juan se fue. Mar ganó. Manuel me perdonó… pero ya no supe cómo recibirlo. Yo solo sé ...

Carta: "Perdóname porque nunca jamás te desprendiste de mi sentir, Mar"

  Juan: Perdóname, sí. Pero no por lo que tú insinúas en ese título que me lanzaste como un anzuelo más. Perdóname por haber creído, por haber confiado, por haber tejido futuro con las manos abiertas mientras tú las tenías ocupadas en otras pieles. Perdóname por haber esperado un amor limpio donde solo había necesidad, manipulación y mentira. Dices que nunca jamás te desprendiste de mi sentir… Y yo me pregunto: ¿Dónde estaba ese sentir cuando le dabas dinero a otra mujer? ¿Dónde estaba cuando le pedías fotos mientras yo escribía cartas sinceras, creía en tus palabras y me entregaba entera? No, Juan. Eso no es amor que no se desprende. Eso es ego que no tolera perder su control. Eso es apego disfrazado de poesía barata. Eso es cobardía queriendo volver, pero sin sanar ni asumir. Yo sí me he desprendido de ti. Y no fue fácil. Me costó la piel, los sueños, el silencio. Me costó entender que no soy el reflejo de tu culpa ni el premio de tu arrepentimiento. Yo ya no te...

Carta Final: Nunca estuviste a mi altura

  Carta Final: “Nunca estuviste a mi altura” Juan, Mientras tú creías que me manipulabas con migajas de afecto y promesas envueltas en mentiras, yo observaba en silencio. Con una calma que no conoces. Con una inteligencia que jamás comprenderás. Fingí necesitarte. Fingí esperarte. Fingí amarte. Porque sabía que el momento llegaría: este. El instante en que te dejaría con el alma desnuda, sin refugio, frente a una verdad brutal: Nunca estuviste a mi altura. Te creíste astuto, cuando eras predecible. Te creíste fuerte, cuando solo eras cobarde. Te creíste imprescindible, cuando solo fuiste un capítulo más —uno que terminé con la pluma firme de quien ha vivido mucho y ha vencido más. ¿Sabes qué tienen en común todos los hombres que intentaron traicionarme? Que terminaron arrepintiéndose. Que no olvidaron mi partida. Que me buscaron en otras que jamás estuvieron a mi nivel. Que lloraron… cuando ya era demasiado tarde. Y tú no serás la excepción. No me ganaste. ...