“El precio del vacío”
“El precio del vacío”
Contexto:
Después de que Juan la deja con una simple frase y Mar la arrasa con su
dignidad, Miriam no regresa con Manuel. No porque él no la ame. Sino porque ella
ya no ama a nadie, ni siquiera a sí misma. Cree que lo perdido puede
reemplazarse con ropa, con lujo, con caricias sin alma. Cree que la dignidad
se compra.
Escena
(Habitación elegante. Cuadro caro. Un espejo grande.
Miriam se maquilla. Lleva puesto un vestido rojo de seda. A su lado, billetes
sobre la mesa. Se escucha una risa masculina desde el baño. Ella no sonríe.)
Miriam (en voz baja, viéndose al espejo):
—¿Esto es todo?
¿Este cuerpo? ¿Este silencio?
¿Esta cama que se enfría en cuanto se cierra la puerta?
(Recoge el dinero. Lo guarda en su cartera. Se arregla el
cabello. Cierra los ojos. Los abre otra vez. Se nota más vieja que ayer. Más
vacía.)
Monólogo interno:
“Juan se fue. Mar ganó.
Manuel me perdonó… pero ya no supe cómo recibirlo.
Yo solo sé andar por caminos rotos.
No sé dormir con paz.
Los hombres vienen, me compran por cenas, por relojes, por
promesas baratas.
Y yo… sonrío.
Pero cada noche es más oscura.
Ya no siento asco.
Siento… nada.
A veces me despierto soñando con mis hijos.
Pero no sé si sería mejor que no me recuerden.
¿Dónde quedó esa Miriam que cantaba?, ¿Qué enseñaba como
buena maestra?
¿Dónde esa mujer que se miraba sin culpa en los ojos de alguien que la amaba?
Me fui tan lejos de mí…
que ahora ni yo sabría cómo volver.”
Detalles visuales:
- Luces
tenues, perfumes caros, labios pintados con rabia.
- Hombres
que entran y salen, pero nadie se queda.
- Miriam
llora una vez… sin lágrimas. Luego vuelve a maquillarse.
Cierre de la escena:
(Ella sale del cuarto. Sube a un auto negro. Otro hombre
la espera. Él sonríe. Ella no.)
Hombre (riendo):
—¿Lista, preciosa?
Miriam (sin alma):
—Nací lista.
(El auto arranca. Afuera, la ciudad brilla. Dentro, ella
se apaga.)
Capítulo X: La habitación sin ventana
Nadie la vio regresar. Miriam volvió en silencio, sin
equipaje, sin preguntas.
Ya no era la mujer que salió de casa huyendo del tedio, ni la que creyó haber
encontrado un nuevo amor en los mensajes cálidos de un hombre que no sabía
amar.
Era otra.
Una sombra maquillada.
Un perfume sin aroma.
Una flor de plástico en un jarrón caro.
Su vida se mudó a una habitación sin ventana.
Literal. Metafórica. Implacable.
Allí los espejos eran grandes, pero nunca devolvían la
verdad.
Allí los hombres dejaban billetes, caricias rápidas y promesas rotas antes de
amanecer.
Miriam aprendió a vestirse con lencería cara y a desnudarse
sin piel.
A reír sin sonido.
A mirar sin ver.
A cobrar sin sentir.
Cada noche era igual a la anterior:
una cena con vino, palabras vacías, un nombre falso, una cama alquilada, un
amanecer helado.
Y un silencio que crujía por dentro como una rama seca.
A veces, se despertaba sudando, con el nombre de sus hijos
entre los dientes.
A veces, pensaba en Manuel… y en lo que pudo haber sido si se hubiera quedado.
Pero luego encendía un cigarro, y dejaba que el humo la cubriera como un manto
de olvido.
Una tarde, encontró un viejo cuaderno en su bolso. Escribió
unas líneas para Mar.
Solo tres frases.
Y después lo cerró.
No lo envió.
No tenía el valor.
“Te odié porque me mostraste mi reflejo.
Perdí al único hombre que me amó sin condiciones.
Y me perdí a mí.”
Esa noche, Miriam trabajó hasta tarde.
El último cliente le dijo que era hermosa, pero que tenía la mirada muerta.
Ella sonrió.
No era la primera vez que lo escuchaba.
Al cerrar la puerta, quedó sola, en la misma habitación sin
ventana.
Se quitó los tacones.
Se desvistió.
Se sentó en el borde de la cama.
Y por primera vez en mucho tiempo, lloró de verdad.
Sin maquillaje.
Sin testigos.
Sin precio.
Escena final: La maldición de Miriam
(Medianoche. Miriam está sola. Llueve. La habitación es
oscura, apenas iluminada por una lámpara tenue. Su maquillaje está corrido,
pero no se ha limpiado. Mira el techo. Tiembla. Tiembla de rabia y vacío.)
Miriam (sola, hablando al aire, al demonio que la trajo
aquí):
—Maldito seas, Juan.
Maldito el día en que me encontraste.
Yo era débil, sí.
Pero tú… tú fuiste el veneno.
Llegaste como un salvador de palabras dulces,
y lo que hiciste fue… hundirme.
Me hiciste creer que era especial,
cuando solo me querías para llenar el hueco que Mar te dejó.
No me amaste.
No me cuidaste.
Me usaste como una piedra para golpearla a ella.
Y yo… yo acepté.
Pero tú te fuiste.
A ti no te dolió nada.
Me dejaste aquí.
Aquí… en esta cama fría.
Aquí, contando billetes y vomitando el alma.
No me voy a perdonar nunca haber caído por ti.
Ojalá te persiga el eco de mi miseria.
Ojalá cada mujer que intentes amar te vea como yo te vi al final:
un cobarde lleno de mentiras.
Y ojalá Mar…
siga tan brillante, tan alta, tan lejana…
que tu culpa se convierta en cadena.
Porque ni ella me perdonará, ni yo volveré a ser lo que
fui.
(Silencio. Llanto. Se acurruca en un rincón. Llueve
fuerte. Se escucha solo su respiración entrecortada.)
Epílogo poético – Voz de Mar
*Hay mujeres que sanan con el dolor,
otras que se hunden en él.
A Miriam, la encontré en los bordes de mi guerra,
no como enemiga, sino como herida. *
Nunca me venció, porque nunca me conoció.
Solo habitó la sombra de un hombre que ya no tenía nombre.
Yo seguí mi camino.
Ella se quedó en la habitación sin ventana.
*Y a veces —solo a veces—
pienso en ella…
cómo se piensa en los espejos rotos:
sin rencor,
pero sin volver a mirar.*
Escena: Mar no muere
(Un pueblo. Una escuela. Una anciana que la nombra. Una
joven que la admira. Un niño que dibuja su rostro sin saber por qué. Y un
hombre que, sin pronunciar su nombre, aún siente que ella fue su verdad.)
Narrador:
Mar no necesita estar presente para estar.
No hace falta verla, tocarla, llamarla.
Ella vive en los gestos simples de quienes aprendieron a
mirar diferente después de conocerla.
Vive en la mujer que se animó a escribir su primera carta de
libertad.
En la niña que alza la voz sin temer ser interrumpida.
En el maestro que dejó de enseñar con miedo.
En la abuela que la recuerda como una hija que nunca fue suya… pero siempre lo
fue.
Mar no muere.
Porque su vida no fue escándalo, sino presencia.
Porque no necesitó gritar para transformar.
Porque lloró, pero no se quebró.
Porque sanó, sin dejar de sangrar por otras.
Y porque hay algo que ni la traición, ni el abandono, ni la
envidia pueden destruir:
el alma luminosa de una mujer que no se arrodilló ante
nadie.
Voces del pueblo (fragmentos que podrían entrelazarse en
la narración):
- “Ella
me escuchó cuando nadie lo hacía.”
- “Era
tan sencilla, pero tan firme... como si llevara la verdad en los ojos.”
- “Nunca
buscó aplausos. Solo caminaba y sanaba sin decirlo.”
- “Siempre
había alguien que quería ser como ella, aunque no se atreviera a decirlo
en voz alta.”
*No vine al mundo para ser adorada, ni temida.
Vine a tocar la vida de otros con la mía.
A dejar algo suave, algo fuerte, algo vivo.
Y si un día me olvidan, que sea porque todos aprendieron a
ser libres sin mí.
Pero yo…
yo nunca morí.
Solo caminé más lejos.*
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